Soy una persona curiosa y me gusta experimentar con mi rutina diaria. Este invierno decidí hacer algo poco común: comer un diente de ajo cada día durante 30 días. No buscaba milagros ni resultados espectaculares, sino simplemente observar cómo me sentía y qué cambios podía notar en mi vida cotidiana.
Desde el primer día, el olor se convirtió en un reto. Mis amigos y compañeros bromeaban conmigo, y en el transporte público algunos me miraban raro. Sin embargo, lo tomé con humor y lo seguí adelante.
Lo que noté en el día a día
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Una rutina diferente
Comer ajo cada mañana se convirtió en una especie de ritual. Me hizo más consciente de lo que ponía en mi dieta y me recordó la importancia de la constancia. -
Sensaciones personales
A veces me sentía con más energía, aunque no sé si era por el ajo o por el simple hecho de estar motivado con el experimento. También me pareció curioso cómo el sabor intenso influía en mi apetito. -
Un reto social
El olor fue lo más difícil de manejar. Tuve que explicarle a la gente que era parte de un experimento personal. Fue divertido ver sus reacciones y me permitió hablar sobre hábitos alimenticios con amigos y conocidos.
Una reflexión final
Después de un mes, puedo decir que fue una experiencia curiosa, aunque no siempre fácil. Más allá del ajo en sí, lo interesante fue descubrir cómo un pequeño cambio en la rutina puede generar nuevas conversaciones, sensaciones y aprendizajes.
Importante: Esta es solo una experiencia personal. El ajo es un alimento muy presente en muchas culturas, pero cada persona es diferente. Si alguien quiere probar algo parecido, lo mejor es hablar con un especialista en nutrición antes de hacer cambios en la dieta.
